En una pequeña ciudad, tiempo atrás el calor de la fecha tan anhelada comenzaba a tomar color; el chocolate caliente, los turrones, dulces, risas, abrazos y el calor de la familia, suenan las campanas, retumban los tambores, los villancicos llegando están; las luces titilan, unas prenden otras apagan y comienza a cubrir todo el centro de mi ciudad; los sueños nacen y las tristezas se van, la navidad llegando está. La ilusión para muchas familias era indescriptible como para otras no tanto; pero de esta familia existía algo que hacía de esta fecha tan especial.
Hace 6
décadas atrás en uno de los barrios de nuestra ciudad, comenzaba a tomar rumbo
de esta fecha tan especial, donde solía ser una mezcla de sensaciones, los
sueños, la ilusión, la unión, el amor y en muchos de los casos invadía la
tristeza que solía ser pasajera.
Para la
familia de Reinaldo y Adelina juntos con sus diez hijos, esta fecha era
esperada con mucho fervor y alegría, ya que se acercaba la noche buena.
Mientras
sus hijos iban creciendo en la cuna de una familia tan amorosa, envuelta en la pobreza y humildad que invadía
en los corazones de cada retoño, esta fecha
solía ser cargada de risas, abrazos y en algunos momentos lágrimas que
corrían por sus rostros; pero los pequeños Criollitos como solían llamar sus
vecinos, sabían conllevar de la mejor manera; porque ante los ojos de uno de los diez hijos, ocurrió algo
extraño.
Jorge
uno de los diez hijos, un día de navidad mientras él recorría con gran aventura
las frías calles de Cuenca de antaño, al llegar a su casa, fue testigo de
admirar con gran ilusión como su padre recreaba la esencia de la navidad, el
pesebre de Jesús; fue el gran flechazo de ver como su padre Reinaldo colocaba
cada figura o más bien cada juguete como él solía llamar y ver en una miniatura
el querido Cuenca, junto al nacimiento de Jesús. Los años transcurrían y la
ilusión fue creciendo aún más y hasta que un día él junto con sus hermanos
comenzaron armar lo que ellos decían el pesebre de los sueños, entre carcajadas
envueltos en la magia llenaban de musgos que encontraban en el barrio del Vado,
corrían en los campos de sus abuelos en busca de algo especial que complemente
a este cuento de magia, monitos por aquí, cascaras de árboles por halla, hacían de una noche buena más especial.
Luego
de un arduo trabajo y quedar saciados, cayeron en sueño profundo, donde su
madre, una mujer fuerte, valiente, luchadora y muy trabajadora, dejó a los pies
del pesebre algunas golosinas que sus patrones solían regalarla el día de
navidad, y en especial dejó una
muñequita de trapo que con gran afecto había hecho para su amada hija
Esperanza. Al llegar la mañana siguiente los Criollitos despertaron y al ver lo
que estuvo a los pies del pesebre que habían realizado, se conmocionaron de
gran emoción y alegría, ya que luego de mucho tiempo de tener navidades frías,
esta fue la más especial ya que sus navidades anteriores no poseían de mucha
comida o de regalos, pero sí de mucha unión familiar que era lo más preciado
que ellos podían tener. Y a partir de esa navidad, su fe del pesebre de los
sueños fue siendo más fuerte y más fuerte navidad tras navidad.
El tiempo iba transcurriendo y en edad ellos iban creciendo, como también la fe aumento en gran cantidad y la ilusión de año tras año armar el pesebre fue espontánea y de pasar de tener un pesebre pequeño lo convirtieron en lo que ahora es el atractivo de Cuenca, el pesebre de San Roque; el mismo que fue heredado de su padre y que sus diez hijos lo han mantenido hasta los días de hoy, llenándole con el Cuenca de antaño, sus campos, ríos, juegos tradicionales y una infinidad de actividades que hace décadas atrás se las vivía con gran algarabía como la unión familiar que a pesar de la dificultad económica no era impedimento de pasar una noche buena llena de mucho calor familiar e inmenso amor.
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